Hoy, esta falta de capacidad impide avanzar en la electrificación de procesos productivos, en la movilidad eléctrica, en los centros de datos, en la climatización sostenible de hogares y edificios, y en el despliegue de nuevas industrias electrointensivas. Se trata de un cuello de botella que amenaza con frenar la modernización económica, la competitividad empresarial y la creación de empleo de calidad.
La Comunitat Valenciana tiene ante sí una oportunidad histórica para impulsar sus propias fuentes de energía, reforzar la industria existente y atraer nuevas actividades productivas, garantizando un suministro seguro y competitivo y situando a nuestro territorio como referente en modernización económica. Contamos con talento, innovación y proyectos. Lo único que falta es una red eléctrica capaz de acompañar esta transformación.
Este desafío no afecta solo a los sectores productivos: también impacta en la sociedad civil, en las familias y en su acceso a una energía asequible y segura. Además, desde el punto de vista social, es una necesidad aumentar el parque de viviendas, algo imposible de acometer sin reforzar la red eléctrica. Si no resolvemos el problema, la Comunitat Valenciana quedará rezagada frente a otros territorios que ya avanzan en la economía electrificada.
Para evitarlo son necesarias inversiones urgentes y anticipadas en redes de transporte y distribución, un marco regulatorio ágil y flexible que libere capacidad y permita conectar nuevas demandas y almacenamiento, y un fuerte impulso al almacenamiento distribuido como herramienta estratégica para reducir picos, gestionar la demanda y aliviar las congestiones de la red. El almacenamiento distribuido no es una opción complementaria: es el mecanismo que puede equilibrar el sistema, dar estabilidad a la red y abrir paso a la electrificación masiva de hogares, industrias y viviendas.
No podemos quedarnos al margen de la economía del futuro.
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